«La asociación es quien tiene la experiencia, la historia y el conocimiento, pero queremos que la Fundación consiga su propia parcela»

Neus Clofent nació y vive en Barcelona. Casada con el Santi tiene dos hijos adultos, Marc y Albert. Muchos de vosotros porque tanto ella como su familia han venido siempre que han podido a la Gran Fiesta del Corazón y han colaborado con AACIC desde su creación. Ahora, Neus es la patrona de la Fundación CorAvant.

Conozcámosla un poco más…

El día a día de Neus es ir arriba y abajo con el coche para visitar empresas y establecimientos. Trabaja desde hace muchos años como comercial por la zona de Barcelona y las afueras, en el Vallés. Ha trabajado en diferentes sectores, pero desde hace una temporada está centrada en el campo del textil, decoración y diseño.

Hoy se ha escapado porque queríamos hacerle esta entrevista y ha venido a la sede de AACIC CorAvant, en Barcelona. Durante la conversación, Neus recuerda que sus hijos también han trabajado aquí en nuestra oficina: «uno pintó las paredes cuando llegamos a este lugar y el otro estuvo una temporada ayudando en la preparación de la Fiesta del Corazón».

El trabajo de comercial le ocupa una buena parte de su tiempo: se nota que le gusta el trato cercano con el público. Los ratos que tiene libres, que no son muchos según ella, los dedica a caminar, a pasear, ir al cine, relacionarse con sus amigos… «Me gusta mucho hacer vida social, tanto particularmente como laboralmente,» afirma. Pero por poco que puede se escapa a Conca de Barberà: «siempre que podemos, los fines de semana nos vamos a la casa que tenemos, no sirve para desconectar y romper con el alboroto de Barcelona».

 La gente puede recordarte el Tibidabo, ¿siempre haces el mismo trabajo?

 Antes cuando nos encargábamos de vender el pañuelo, yo era la Tesorera. El día de la fiesta, muy temprano por la mañana, llegábamos Santi y yo al Parque de atracciones del Tibidabo: él se encargaba del equipo que hinchaba los globos y yo me encargaba del dinero. Repartía las cajas entre los puestos y una vez iniciada la Fiesta, debía ir recogiendo el dinero de los diferentes puestos e ingresarlos en el banco del parque para no tener tanto dinero “por ahí». Una vez terminada la Fiesta, cerrábamos las cajas, recogíamos el dinero ingresado, hacíamos el recuento y finalizábamos la Fiesta. Pero desde hace unos tres años el parque se encarga de todo. Aunque yo he quedado sin una tarea determinada,  me parece que así es mejor, mucho más fácil y seguro.

Entonces ahora ¿dónde te podemos encontrar?

 Ahora me encontraréis en el estand central. Por la mañana echando una mano en el escenario, después junto al equipo de protocolo que recibe a los invitados y seguidamente en el estand central. La verdad es que ahora ya hay gente joven y nueva con ganas de estar ahí y nosotros, aunque siempre estaremos ahí, debemos darles paso.

Así que dejas espacio a los nuevos voluntarios del Tibidabo y te metes de lleno en el patronato de CorAvant…

Hace muchos años que Rosa (Armengol) y yo nos conocemos. Las dos parejas siempre nos hemos portado muy bien y fue ella quien empezó a colaborar aquí. Al principio mi marido y yo, que somos de ese tipo de gente que si se nos necesita, estamos allí. Y cuando mis hijos se hicieron mayores, también quisieron implicarse. Es lo que habían vivido toda su vida. Nuestras vidas han estado siempre vinculadas a la entidad. Así que cuando hace un par de años me propusieron ser patrona de la Fundación CorAvant, no pude negarme a ello. Nosotros habíamos crecido con AACIC y vivimos el nacimiento de la Fundación; supongo que «era el paso natural».

Y ¿qué en piensas de la Fundación? ¿Cómo la ves desde dentro?

Hay mucho que hacer allí. La Fundación fue creada bajo la dirección de AACIC para garantizar la prestación de servicios de atención directa, para dar continuidad y hacerlos crecer. En este sentido, la cosa funciona. Además, ahora con la nueva web de  CorAvant será todavía más clara la misión de la Fundación. La asociación es quien tiene la experiencia, la historia y el conocimiento, pero queremos que la Fundación consiga su propia parcela.

Como persona inquieta que siempre está activa, explícanos algún proyecto de futuro que te ilusione

Hay muchas cosas que tengo pendientes pero quizás lo más inmediato y lo que me hace más ilusión es ir a América. Mi marido tiene un hermano que vive en Washington desde hace muchos años y nos vemos muy poco. Este año su hijo, quien es mi ahijado, hace la comunión y nos hace mucha ilusión poder estar allí y así lo hemos decidido. Vamos a hacer una larga escapada fin de semana para verlos, pero hemos puesto tanta ilusión que nos parecerán unas grandes vacaciones. Además, dicen que si cruzas el charco,  desconectas mucho más, ¿no?

Desconectas en Conca de Barberà y desconectarás en América… ¿cuándo te conectas a la vida?

Me gusta conectarme a las pequeñas cosas y con el contacto con las personas y, si las sumo todas,  creo que el porcentaje de conexión diaria no es malo en absoluto. Me gusta mucho cocinar, tanto cocina tradicional como la más nueva o exótica y todavía me gusta más poder compartirla. En casa, nuestras reuniones son siempre alrededor de una buena. Son estos momentos cuando me siento más conectada con mi entorno y con la vida.

Eso sí, siempre actuando. Pienso, reflexiono y actúo. Debo moverme… y, generalmente, siempre hacia adelante.


Tomar conciencia

El paciente debe ir asimilando el hecho de su enfermedad, tal vez transitoria o quizás ya inseparable compañera. Y lo deberá hacer superando las innegables dificultades y llegar por fin a aceptar la convivencia y los inconvenientes que conlleva (no sólo los de la enfermedad, sino también a menudo los más difíciles de admitir en cuanto a su cuidado y tratamiento). Y lo mismo podríamos decir a quien ve delante de él la pendiente inexorable del envejecimiento. Hay maneras más saludables de ser enfermo, viejo  o el hecho de aproximarse a la muerte, y formas enfermizas de negar estos graves inconvenientes y  de la vida en general.

Al mismo tiempo, para ayudar de verdad a un enfermo, el médico, la enfermera, el cuidador o el simple compañero o acompañante ocasional, deben tomar conciencia del trabajo que está haciendo el paciente, de sus esfuerzos, de sus miedos y necesidades, siempre diferentes de uno a otro y que varían en cualquier momento.

La experiencia profesional me ha dado una asiduidad con las personas que reciben malas noticias sobre la salud, o que deben enfrentarse a una difícil intervención y que ven cómo les cambia la idea que tenían del futuro. Pronto aprendí la lección de la necesidad que, en la relación clínica con estas personas, se trate este aspecto o como mínimo se muestre que permite tratarlo.  Entiendo que forman parte de una relación clínica todos los que están cerca del paciente, que «lo apoyan»: recordemos que la palabra «clínica» proviene etimológicamente del griego klinos, cama; at the bed side, dirían los anglosajones. Todos aquellos que se acercan a su «cabecera” deben ser capaces de tratar, cada uno en su propio nivel, este campo.

A parte de mi experiencia, obviamente limitado, el cultivo de la bioética  me ha acostumbrado a una reflexión sobre los derechos y las necesidades cambiantes de los ciudadanos enfermos. El hecho de compartir la enorme riqueza de una deliberación sistemática entre personas de diferentes profesiones (de salud, derecho, filosofía, etc.) y de diferentes ideologías, de «extrañas morales», es uno de los tesoros que encuentro en el mundo de la bioética; un mundo que se nutre de la reflexión colegiada sobre lo que se hace o sería mejor hacer, sobre los valores que pueden estar en juego, y no pretende ningún moralismo que dicte «qué hay que hacer».

Por último, la experiencia siempre debe complementarla con la visita interesada a las creaciones humanas, actuales o antiguas. Y debo confesar que, en cuestiones como las que hoy se discuten en esta revista (no en las puramente técnicas o científicas), me han resultado más interesantes las muestras imaginadas en la literatura, el teatro o el cine, que no en las teorías y explicaciones de los pensadores. He encontrado más sabiduría en los razonamientos de algunos personajes de ficción que en los tratados eruditos. Su maestría es más directa, más precisa, más fácil de entender y, sin duda, mucho más enriquecedora y convincente.

Pero nada puede sustituir nunca el diálogo cara a cara entre dos personas; en el caso que tratamos aquí, entre alguien que se siente enfermo y alguien dispuesto a ayudarlo. Me centraré más en el caso de profesionales, pero lo que comento en muchos aspectos se puede aplicar a otros casos sin demasiados cambios.

Empecemos por advertir que ningún conocimiento desde fuera sobre lo que debería interesar al enfermo es convincente del todo, por sabio que sea. En el caso del médico, por ejemplo, es cierto que sabe y puede aportar conocimientos sobre la enfermedad, pero en cambio ignora muchos aspectos esenciales del enfermo, de lo que el enfermo va descubriendo por sí mismo (miedos, necesidades, límites que no querría traspasar y un largo etcétera). El médico debe estar abierto a esta realidad del otro, con curiosidad sobre esta realidad. La antena debe estar siempre puesta en la dirección de una ayuda individualizada, personalizada, y toda generalización resulta peligrosa. Recordemos que la ciencia vive de generalizaciones y que a la sociedad también le gusta (“es un cáncer de colon”, “es una discapacidad por la cual debe ingresar”). Pueden ser ciertas pero son peligrosas cuando, desde este conocimiento general, se aplican sin ningún tipo de miramiento. No todo lo posible es conveniente para todos, y ninguna idea del bien general se puede imponer a nadie. Una necesidad primigenia del enfermo es la de ser recibido con curiosidad para saber quién es y qué tiene de distinto respecto a otros “casos”. Ser consciente de este deber de hospitalidad es lo que nos permite ser respetuosos y solidarios.

Y el paciente debe ser consciente de este derecho. Del hecho que él, como todo el mundo, es insustituible. Como dice  René Char: «Votre developpez étrangeté légitime» (desarrollad vuestra legítima rareza). Sólo que, al hacerlo, se debe estar dispuesto a hacerse cargo de muchas otras cosas, algunas agradables y otras no tanto.

Para empezar, se debe aceptar la vida. Y no es fácil, puesto que los seres humanos no tenemos mecanismos innatos de adaptación. Algunos, diciendo como Eric Fromm, se niegan a nacer, a crecer; prefieren la evasión, la droga o una armadura que los mantenga en una burbuja de narcisismo autocomplaciente.

La alternativa es crecer, autoconstruirse, aceptando las limitaciones y las culpas, las propias, como material que puede ser trabajado, y las del entorno, como a terreno donde actuar. Progresar superando dificultades o evitarlos cuando no se pueda. Insistiendo y resistiendo a pesar de las inevitables lesiones que se reciben (Miguel Hernández: «llegó con tres heridas, la de la vida, la de la muerte, la del amor»). Sabemos que la mayoría de ellas son transitorias, pero algunas dejan permanentes cicatrices. Lo describe muy bien Cesar Vallejo en Los heraldos negros: «Hay golpes en la vida tan fuerte… yo no sé/ son pocos, pero son…  abren zanjas oscuras/ en el rostro más duro y en el lomo más fuerte/ ¿Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas? / ¿O los heraldos que nos manda la muerte?». Después de algunos golpes, y con algunas heridas abiertas o cicatrices para siempre, la recuperación puede ser difícil. Pero debemos continuar, a pesar de lo en un primer momento nos gustaría. Vivir conlleva aprender a elaborar más de un duelo y a no abandonar; significa adquirir una cierta flexibilidad, vigilar en cometer pocos errores y a aumentar lo que ahora se llama “resiliencia”, es decir, la capacidad de reconstrucción de uno mismo. Es evidente que hay momentos en que nos toca navegar por aguas torrenciales que nos hacen perder el control, pero tarde o temprano es conveniente encontrar la confianza en recobrarlo. Nos lo debemos a nosotros mismos para recobrar la dignidad. Se trata de la propia vida, cosa tan inevitable como la propia muerte, o las enfermedades vitales que la lotería vital nos ha asignado (sin ninguna idea de justicia, naturalmente). Incluso conviene aprovechar las crisis sufridas para incorporar tal experiencia.

El progreso personal requiere de este esfuerzo por conocer de una manera realista lo que se sufre o se sufrirá, lo que se vive o se vivirá. Claro que, como señala Eclesiastés, «quien pone conocimiento pone dolor» (este es el gran reto de la información clínica). Pero es la única manera de progresar. Las ventajas del conocimiento tienden a ser muy superiores incluso en relación con el mismo dolor, tanto para prevenirlo como para mitigarlo.

Además, abordar la vida de cara permite, a quien lo hace, sentir que la vive más intensamente, que se la hace suya; en definitiva, que se apropia de ella. Y esta apropiación conduce a una sensación de bienestar: no un bienestar transitorio y frágil como la que proporciona una mentira o una falsa esperanza, sino uno durable y acumulativo de orgullo por la honestidad intelectual y la entereza moral que se ha conquistado.

La mentira, antes y durante siglos considerada la fórmula piadosa contra la crueldad de la dura realidad, ahora ha quedado proscrita entre nosotros. La mentira ahora es vista como una forma inaceptable de expropiación de la verdad a la que todo el mundo tiene derecho. De acuerdo que, a pesar de tener derecho, tal vez no se tiene ni la necesidad ni el deseo de ejercerlo en aquel momento; también hay un derecho a no saber. Pero en vez de mentiras piadosas, decidimos que mejor buscar formas piadosas de aproximación a la verdad. Se trata de acompañar al paciente para «empoderarse» de una autonomía personal nunca completada, estar a su lado. No enseñándole a estar enfermo, a vivir la enfermedad, a ser viejo o acercarse a la muerte, sino ayudándole a encontrar su camino. La mejor manera será la suya.

La falsa esperanza es una forma de mentira muy actual y colaboran a dárnoslas las grandes posibilidades técnicas disponibles (a menudo mitificadas), la velocidad con que aparecen y la información deformada que nos dan los medios de comunicación. No se debe prometer lo que no es posible o lo que tiene muy pocas posibilidades de pasar. No es honesto inducir una falsa esperanza y retirarse después pensando que el tiempo acabará poniendo las cosas en su lugar.

Es diferente tolerar la falsa esperanza de que un enfermo cuidadosamente se ha generado como un cómodo refugio (aunque no es bueno cultivarlo desde fuera). Se debe saber reconocer y aceptar sin perturbar el movimiento basculante de los estados de ánimo del paciente, que puede pasar en poco tiempo del pesimismo más negro a la ilusión más deslumbrante. «No hay temor sin esperanza ni esperanza sin temor», dice Spinoza. Y aquí sería prudente el respeto expectante.

En cambio, sí que conviene ayudar activamente al paciente a movilizar las posibles buenas esperanzas que siempre existen, aunque parezcan pequeñas. Son todas aquellas que ayudan, a pesar del reconocimiento de la realidad, con el fin de influir en la propia vida, de construir futuros proyectos (pequeños o grandes, a corto o a largo plazo), a disfrutar del momento presente (día a día) y a rememorar los buenos recuerdos que a veces habían quedado escondidos. Religar pasados, presente y futuro son un ejercicio recomendado y ser consciente de ellos aumenta la lucidez en espiral ascendente.

El entorno puede ser sólidos pilares en los que el paciente puede apoyarse para elegir esta camino lúcido con más seguridad y menos miedo: prometiendo una compañía frecuente y atenta, mostrando confianza en sus posibilidades, valorando su esfuerzo y aplaudiendo los pasos hacia adelante. Por supuesto, no podemos imponer nada: hacer compañía es caminar a su lado y no en su lugar, ni avanzarlo.

La vida saludable incluye tomar conciencia de las posibilidades realistas de vivir y de ayudar a vivir. Es una conciencia emancipadora.

 

Marc Antoni Broggi, cirujano y miembro del Comité de Bioética de Catalunya


Vivir conscientemente

Tomar conciencia

Tomar conciencia es darse cuenta del hecho de estar vivo. Es estar allí con los cinco sentidos, con todo el propio ser. Es saber que estoy siendo, es saber que estoy mirando, para saber que estoy oliendo, escuchando, disfrutando de todo lo que ofrece la realidad. Es estar despierto en el verdadero sentido del despertar.

Hay conciencia del objeto externo (de la montaña, el río, las olas, la arena de la playa), pero también la conciencia del sujeto (del propio yo). Ser consciente es disfrutar de ese exterior que me llega, que me regala la vida, pero ser autoconsciente supone tener la mente despierta y saber que esto que pasa, me está ocurriendo a mí ahora y aquí y a nadie más, y que sólo si soy plenamente consciente de ello,  lo vivo con la intensidad que merece el momento.

Escribe Raimon Panikkar: «Nuestro punto de partida, por supuesto, es la conciencia humana. Cuando esta conciencia se vuelve sobre sí misma, nos descubrimos como a ser viviente. El hombre tiene este sentido sui generis de autoconciencia, de ser vivo, de ser portador de algo que identificamos con nosotros mismos y que llamamos (nuestra) vida»(1).

La autoconciencia exige una parada en el tiempo. La velocidad es  enemiga de la autoconciencia. Cuando se vive de manera acelerada, todo transcurre como en una película a cámara. Por esta razón, el primer acto de conciencia es una parada. Se produce cuando uno deja de repetir indefinidamente  el mismo gesto, para pensar, para mirar lo que está haciendo, para tomar distancia de sus actos. Esta parada no es un fin en sí mismo. Determina una reflexión que hace la acción más perfecta en la calidad, aunque pierde seguridad en la ejecución.

El acto de la conciencia es, por destino, una parada activa. Requiere que la persona reúna todas sus fuerzas para bloquear la pendiente vital, que examine con rapidez  una situación compleja, triunfe sobre las múltiples resistencias, se forme un juicio, tome una decisión e inicie una acción. En su integridad, nunca es puro y simple registro, pura y simple verificación. No es un vago reflejo de las cosas en la superficie de nuestra sensibilidad; es iniciativa de acción y acción intensa.

Ser consciente consiste en contemplar los propios pensamientos. La conciencia es la unidad con uno mismo. Cuando soy consciente de mí mismo,  regreso en casa; cuando pierdo la conciencia, estoy fuera de mí, me alejo, quién sabe a qué lugar. Todos los pensamientos e ideas nos alejan de nosotros mismos, pero también de la realidad que ahora y aquí nos rodea. Son excusas para escapar, a menudo para escapar del mundo. Cada fuga, sin embargo, es una pérdida vital, un instante de vida desperdiciado.  La vida de los demás es, además, un buen mecanismo para escapar de la autoconciencia. Mientras se piensa en la vida de otros, se ahorra en pensar en la propia.

Tomar conciencia no consiste en separarse de la realidad, que aquello que se hace. Es todo lo contrario. Es vivir plenamente lo que se está haciendo, lo que se tiene entre manos. Así pues, curiosamente, la conciencia es el modo de vivir pacíficamente sin: totalmente ahora y completamente aquí.

Contra la vida mecánica

La vida rutinaria es un obstáculo para autoconciencia. Se vive a piñón fijo, repitiendo rituales y pequeñas ceremonias cotidianas de lunes a viernes. Las semanas pasan, pero no son vividas; pasan las vacaciones, pero no son vividas, porque hay una falta de conciencia. Cuando nos damos cuenta que no vivimos la vida, necesitamos vivir experiencias intensas, sentir emociones fuertes, pero esta reacción no es otra cosa que la reacción a una vida sin alma. Lo que debemos hacer autoconciencia, vivir despierto.

Albert Camus se hace eco de la vida mecánica cuando escribe: «levantarse, tranvía, cuatro horas de oficina o fábrica, comida, tranvía, cuatro horas de trabajo, cena, dormir y lunes  martes miércoles jueves viernes y sábado con el mismo ritmo: este camino es aun cómodo la mayoría de las veces. Sólo que un día se encuentra el ‘porque’ y todo empieza dentro de este agotamiento teñido de sorpresa. ‘Empezar’, esto es importante. El hastío se halla al final de los actos de una vida maquinal, pero al mismo tiempo abre el movimiento de la conciencia. La desvela y provoca la continuación. La continuación es el regreso inconsciente a la cadena, o es el despertar definitivo. Al final del desvelo o despertar, viene con tiempo la consecuencia: suicidio o restablecimiento. En sí, la lasitud tiene algo de asqueroso. Por lo tanto, debo concluir que es buena. Porque todo comienza con la conciencia y nada vale la pena sino por ella»(2).

El escritor francés lo expresa de manera diáfana: todo empieza con la conciencia. Es peligroso tomar conciencia de cómo se vive, de cómo se dispone del tiempo y del propio talento, pero es la única manera de vivir despierto. Después del despertar, nada será como antes. Esto no significa, necesariamente, que uno cambie todas sus rutinas y ceremonias, pero se vivirán de otra manera, como actos llenos de sentido.

Escribe Emmanuel Mounier: “La toma de conciencia no es un dejar pasar, un sueño, es un combate, y el combate más duro del ser espiritual, la lucha constante contra el sueño de la vida y contra esta borrachera de vida que es un sueño del espíritu”(3). Es arduo  el ejercicio de detenerse y frenar el ritmo neurótico de la vida, pero sólo si hay una conciencia, habrá vida espiritual y, por lo tanto, libertad.

«La parada que inaugura el acto de conciencia -escribe el filósofo personalista- ha sido para cierto número de nuestros contemporáneos un pretexto para huir de la acción. Como el corredor de Zenó, perdiendo en la reflexión sobre la carrera lograr el objetivo. El filósofo, en lugar de abrir su razón, razona sobre la razón hasta perder el aliento. El historiador olvida Napoleón en la historia de los historiadores de Napoleón. La vida interior sirve como excusa para despertar de la vida exterior. La introspección reemplaza la acción en lugar de aclararla, el sueño sustituye la realidad en lugar de transformarla. La política se pierde en los discursos, el espíritu público en la opinión, la espiritualidad en efusiones, el pensamiento en prolegómenos, la energía en caprichos»(4).

Es necesario que la autoconciencia sea el punto de partida, la conciencia creadora. La parada no es una vía de escape. Todo lo contrario. Es el comienzo de la acción, de una acción que tiene el yo como una causa verdaderamente eficiente. Cuando se vive con conciencia, el ego es el protagonista de su propia vida. Entonces soy yo quien vive y no los otros que viven en mí; soy yo quien toma las decisiones, pero también soy yo quien sufro y quien se equivoca.

La conciencia es apertura. Ésta puede ser más ancha o más estrecha. Cuanto más ancha sea, más campo de visión y de uno mismo. La conciencia de uno mismo saca la persona del sueño del automatismo, y también de la fascinación del presente o de las evasiones de la conciencia soñadora. La sitúa frente a sí misma y por delante del mundo. Vivir automáticamente no es vivir; es adoptar la forma de autómata, pero vaciar la vida humana de toda su singularidad y creatividad inherente. La conciencia de sí mismo o autoconciencia es una valiosa opción, una apuesta por una vida derecha, ancha y aireada. Es en este punto cuando la conciencia llega a su plenitud.

El valor de la lentitud

La lentitud del ritmo ayuda a tomar conciencia, a hacer una parada. Cuando se va despacio, todo se percibe con más detalle, el flujo de la realidad se disfruta con más intensidad: el rumor de las hojas, el salto del agua, el olor de los matorrales cuando queman, la potencia del sol sobre el dorso.

“La lentitud -escribe Emmanuel Mounier- favorece la calma, en control de uno mismo, el sentido de la responsabilidad, la seriedad de la palabra, la meditación y la contemplación, la ponderación y la perseverancia en la acción, la serenidad afectiva. Sin embargo con frecuencia conlleva la indolencia, la indecisión, la apatía, la rigidez, la pesadez del espíritu, la timidez y la melancolía”(5).

En el acto de conciencia, el yo toma distancia de todo lo que lo rodea. Se siente atado al mundo, que forma parte de él, pero al mismo tiempo, se descubre a  sí mismo como una partícula inconexa, como un ardiente signo de interrogación.

Somos no sólo conocimiento, sino también conocimiento de nosotros mismos. En la conciencia se revela no sólo el ente, sino también el mismo ser revelado.

Escribe Karl Jaspers: «la naturaleza calla; si parece expresar algo en sus formas, en sus paisajes, en sus enojadas tormentas, en las erupciones volcánicas, en sus vientos flojos o en calma, jamás dará respuesta. Los animales reaccionan con sentido, pero no hablan. Sólo el hombre puede razonar. El hecho de entenderse mutuamente en la conversación y poder dar respuesta, se encuentra sólo en los hombres. Sólo en el hombre existe conciencia de sí mismo en el pensamiento”(6).

En la toma de conciencia, el ser humano se eleva por encima de la vida vegetativa, pero también sobre la vida animal. La historia de la evolución ha hecho posible la aparición de un ser que es consciente de estar allí, que sabe que está allí y que desea hacer de su vida un viaje único y singular. La persona es la naturaleza consciente de sí misma y esto no es una mera coincidencia, o  azar, sino el resultado de una evolución de la materia viva a lo largo de millones de años.

Escribe Karl Jaspers: «Cuando ha empezado la reflexión, el hombre toma conciencia de su incertidumbre y de su abandono. Los hombres necesitamos valentía cuando pensamos sin velos. Debemos entrar en la oscuridad con sus ojos abiertos y no sin repensarlo. El valor infunde esperanza. Sin esperanza no existe vida. Mientras haya existencia, habrá siempre un mínimo de esperanza, que en realidad sólo es la fuerza del coraje”(7).

Conciencia y transformación

La conciencia transforma radicalmente el ser. Nada será como antes. Sé que estoy. Sé que no estaba allí. Sé que dejaré de estar. Sé que soy frágil y corrupto y que mi tiempo en este mundo es limitado. El acto de conciencia es una fuente de sabiduría. No aporta conocimientos ni lenguajes, tampoco información; pero da la verdadera dimensión de mi ser. Me hace un poco menos ignorante de mí mismo.

Me doy cuenta de que, antes de mi nacimiento, no estaba allí. Me doy cuenta de que, después de mi muerte, ya no estaré más en este mundo. El nacimiento y la muerte están incluidos en la existencia de todo ser vivo. Sin embargo, esto sólo lo sabe la persona.

El nacimiento físico es un nacimiento inconsciente. No es premeditado, ni decidido por uno mismo. Cada ser humano se encuentra nacido, parido del vientre de la mujer.  El niño, cuando se da cuenta de que existe, tiene la impresión como si siempre hubiera existido y hubiera despertado de un sueño inexplicable retrospectivamente. Cuando oye hablar del nacimiento, no le viene ningún recuerdo. No hay  experiencia del comienzo de la vida.

Sin embargo el conocimiento espiritual consiste en tomar conciencia, en darse cuenta del regalo de la vida. Este segundo conocimiento es el inicio de la vida espiritual, pero también el inicio de la vida adulta propiamente dicha.

Es un aprendizaje que cada ser humano puede hacer; un acto de voluntad  en el cual  hay en el juego la posibilidad de vivir, en primera persona, la vida que nos es dada.

 

(1) PANIKKAR, El ritme de l’ésser, Fragmenta, Barcelona, 2012, pág. 421
(2) A. CAMUS, El mite de Sísif, Edicions 62, Barcelona, 1987, pág. 25-26.
(3) E. MOUNIER, Obras completas, II, Sígueme, Salamanca, 1993, pág. 287.
(4) IBÍDEM.
(5) IBÍDEM, p. 296.
(6) K. JASPERS, Iniciació al mètode filosòfic, Edicions 62, Barcelona,
1993, pág. 47.
(7) IBÍDEM, pág. 57.


«Mi trabajo y mi pasión me predispusieron a este cambio de perspectiva»

Vive en el barrio de Horta, el mismo barrio donde tiene la sede central AACIC CorAvant. «En Horta siempre me he sentido muy a gusto. De hecho yo nací en la plaza Virrei Amat, en Nou Barris. Estudié en los Salesianos y veía Horta como un pueblo, otro ambiente y desde que vivo aquí ha terminado siendo un espacio que me han seducido y me encuentro muy a gusto.»

El primer contacto que AACIC tuvimos con él fue para la organización de la Conferencia «Vivir la vida conscientemente, salir fortalecido después de una crisis» en el CosmoCaixa, el 14 de marzo de 2015, en la cual nos explicó su historia de La Butaca y la importancia del cambio de perspectiva…

¿Qué significa para ti el cambio de perspectiva?

El cambio de perspectiva es el único cambio sobre el cual tenemos un poder absoluto. Esto sólo se ve una vez que se ha producido, pero ves que los otros cambios están condicionados.

En nuestro caso, tener un hijo con un diagnóstico que, sólo al nacer nos dijeron que lo más cercano que tenía era una parálisis cerebral, tuvimos que aprender a asumir y luego a convivir con alguien que no podría progresar adecuadamente en todas las áreas cognitivas, de movimiento, de la vida. Frente a esta situación extrema, que como padres nos dejó muy inquietos, tuvimos que aprender a vivirlo de una manera individual, porque por muy unida que esté una pareja se trata de un proceso individual y durante este proceso hay un momento en que la solución de la situación requiere o provoca al mismo tiempo este cambio de perspectiva. Asumir que la situación no es transitoria y que no se puede poner un diagnóstico- tratamiento y curación, lo cual sería óptimo- provoca mucha angustia; entras dentro de un mundo de incertidumbre y debes asumir que no hay un final en el camino. Fue post mortem que tuvimos el diagnóstico.

En todo este camino llega un momento en el cual haces un clic, un cambio de mirada: te das cuenta que aquella situación médicamente o clínicamente difícil y aquel desasosiego que causa la experiencia que estás viviendo no lo cambiarás, sin embrago sí tienes el dominio de tu manera de percibir la situación y dar cierta luz a la manera que tienes de observar esa realidad. Se trata de convivir con la misma realidad de una manera diferente.

¿Este cambio de perspectiva te ha servido y te sirve para tus novelas y tu día a día?

Sí, claramente para reubicar el punto de vista: observar las cosas desde una perspectiva o escala diferente. Pero al mismo tiempo, mi trabajo y mi pasión: la lectura y la escritura me predispusieron a este cambio de perspectiva. Creo que la creación te predispone a ser capaz de ponerte en la piel de los demás y, por tanto, a salir de la tuya. Esto te provee de cierta capacidad para distanciarte de ti mismo y hacer el cambio de perspectiva: yo no he cambiado, soy el mismo de antes, pero he cambiado el punto de vista. En realida estamos hablando de un tema de percepción literaria: quién cuenta la historia y desde dónde la cuenta. La capacidad para dejar de ser nosotros mismos que nos permite el arte,  la literatura, el cine, el teatro… es también una garantía, casi una gimnasia emocional, que nos permite observar de manera distinta aquello que nos preocupa tanto.

Pero… ¿quién es Màrius Serra?

Màrius es que una persona inquieta que intenta que cada semana sea diferente, a pesar de que inevitablemente tiene que organizarse el tiempo para ir a grabar su enigmarius, para entregar el crucigrama, para visitar diversos lugares de Cataluña con el programa Divendres de TV3… Para él no hay ningún día tranquilo: «ya estaremos tranquilos cuando morimos, la tranquilidad es un infierno», afirma. El escritor nos explica que esta semana está en Matadapera con el resto del equipo del programa Divendres, una ciudad con la cual tiene un gran vínculo: «allí pasé la infancia (…) en verano me instalaba allí con la abuela, porque los padres tenían una zapatería en Virrei Amat (…) Estos días he paseado por las calles y los encontré cambiados: antes era un pueblo de una calle, la calle de  las tiendas, que ahora es peatonal y no puede circular ningún coche (…) son vivencias infantiles  que para un niño de la ciudad era nueva y diferente. »

Màrius, te defines como una persona verbívora. ¿Qué significa ser un verbívor?

Esta es una palabra que pensé que había inventado para definir a las personas que nos gusta mucho el idioma. Al igual que hay animales carnívoros que se alimentan de carne, animales herbívoros que se alimentan de hierba o planta, hay animales que se alimentan de los verbos, verbívoros.  Decía que pensaba que esta palabra la había inventado y empecé a escribirla cuando planeaba hacer el libro Verbalia, pero encontré un libro en una vieja librería de los años setenta llamado How to be a verbivor. Pero si debo definir la palabra verbívor, somos todos aquellos que encontramos placer en el juego verbal y en el conocimiento de la lengua.

Hablanos un poco de los  enigmarius… ¿Cómo te los planteas?

Solía trabajar en base a un calendario que siempre es flexible pero eso depende de cada temporada. Los lunes tengo radio, grabo todos los enigmarius de la semana siguiente y hago también la sección de recomendación de libros con Mònica Terribas. Cuando salgo de allí, ya tengo el coche a punto porque debo a ir a algún lugar de Cataluña con el programa Divendres.

Ahora son los martes cuando hago el crucigrama y los enigmarius. Siempre los hago en blocs de una semana. En la década de 1990 hacer el crucigrama y siempre he intentado alcanzarlos dentro de un día de la semana para obtener el resto de la semana para escribir, lectura, alguna conferencia u otros imprevistos que puedan surgir. Psicológicamente me libera mucho del yugo de los horarios, de donde siempre he intentado huir. Soy capaz de trabajar muchas horas delante de la pantalla del ordenador con la sensación de que gano otras.

¿Dónde buscas la inspiración literaria?

Trabajo aquí donde estamos ahora, en el estudio/biblioteca/oficina. Es cierto que si hablamos de los enigmarius o los crucigramas, es decir, de la cuestión más estrechamente de género, es aquí cuando me pongo en posición de trabajo delante del ordenador.

Pero si hablamos de la inspiración en términos literarios, me gusta llevar siempre encima bloques de papel de trabajo en las cuales escribo en lugares muy diversos. Viajando he tomado siempre notas y es algo que me gusta mucho. Como un juego, como un texto que avanza sabiendo que habrá un momento en el que debo sentarme delante del ordenador y este momento será en Horta.

Cuando te sientas a escribir los enigmarius, ¿tienes ya alguna idea en la cabeza?

En el crucigrama sí parto de cero: hago la parrilla y empiezo a definir, pero en los enigmarius no. Hace nueve temporadas, cuando empecé los enigmarius, abrí un fichero en el cual voy dejando palabras que defino en los crucigramas y que creo que pueden tener un funcionamiento, y cuando tengo que elegir las cinco palabras de la semana, tengo muchos para elegir. Es en ese momento cuando ajusto más la definición y el nivel de dificultad. A veces con uno se te ocurre otro y me lo apunto.

Prueba de todo ello, algo más evidente, que no depende de mí y que constato con alegría, es que muchos de los jugadores las generan. Hay una página web de los enigmaristas en la que dejan comentarios sobre mi enigmàrius y se animan unos a otros y esto me constata la fuerza germinal que tiene el juego del lenguaje, es una llave que abre una puerta que te invita a hacer más. El usuario termina por ser el autor. ¡Y hasta hacen campeonatos!

Y ahora han salido a la luz los juegos “sisset, setsis, vuitquatre, vuitdeu”. ¿De dónde surge la idea?

De la relación con Oriol Comas, un gran amigo de muchos años y un gran experto en juegos. Primero hicimos el verbalia, un tipo de juego de palabras; después el juego del enigmarius y ahora tenemos cuatro más, dos  de cartas y dos de dados. Algunos provienen juegos conocidos como el juego del ahorcado (vuitdeu) y otros son originales nuestros y sobre todo estamos muy orgullosos de sisset, que es un juego muy original que no en todos los idiomas funciona: en catalán funciona muy bien porque tenemos un montón de monosílabos, es como el «cinquillo», pero todas las cartas son letras. Tanto Oriol como yo teníamos la voluntad de crear juegos portátiles, asequibles y a la vez incitadores para acercarse a la lengua como fuente de placer.

Los juegos acercan a la familia para jugar con la lengua…

La experiencia de estos años es que cada vez más vienen a verme niños que me escuchan en la radio. Las adivinanzas son un gran hallazgo para los niños: descubrir que hay cosas ocultas y que las puedes adivinar es la base de transmisión cultural, y toda la cultura es un camino de descubrimiento. El juego es intergeneracional.

Tu última novela acaba de salir a la luz. “Nada es perfecto en Hawai”. Al principio de la entrevista comentabas que hace más de un año que la terminaste y que ha ido pasando los «filtros» de las distintas etapas de corrección de los editores hasta salir publicado. ¿Podrás explicarla brevemente?

Nada es perfecto en Hawai es una novela que se desarrolla completamente en la isla de Hawaii y empieza con una operación inmobiliaria turística de inauguración de un centro con la excusa de un Congreso sobre el capitán Cook.

La trama de la novela se centra sobre todo en una joven periodista que ha perdido a su padre y no sabe bien por qué, lo echa mucho de menos y focaliza todo su interés y un poco la pérdida de su padre en el estudio del capitán Cook, porque ha nacido en el pueblo que se llama Capitan Cook, justo en la playa donde falleció el capitán. El desarrollo de la novela, que tiene muchos avatares, hace que descubra su pasado en el que se mezclan muchos choques culturales de lo que fue la cultura de los años setenta con una cierta liberación de costumbres y una cierta revolución de hábitos que después ha sido completamente enterrada por una cultura mucho más centrada en el consumo y en la creación de paraísos artificiales como Hawaii, por ejemplo, que es el gran paraíso en el imaginario americano.

Cuando me documenté sobre el capitán Cook quedé absolutamente fascinado con todos los libros de bitácora, los cuadernos de viaje, porque su asesinato ha sido explicado por mucha gente. Todos sus hombres escribieron un libro de memorias y cada uno lo explica de un modo ligeramente diferente. Esto es absolutamente fascinante como episodio histórico. Dentro de Nada es perfecto en Hawaii esta es la manía de un personaje que trata de escribir sobre el capitán Cook; pero la novela sucede toda en 2009, un año clave porqué Obama, que es hijo de Hawai, fue elegido Presidente de los Estados Unidos y porqué para mí representa la experiencia que viví la primera vez que fui a la isla: es un mundo muy cambiante y lo quise reflejar.

¿Tienes algún proyecto de futuro entre manos?

Siempre tengo. He estado haciendo y trabajando cosas en el mundo del teatro. La escritura tiene su ritmo y me gusta siempre tener frentes abiertos hasta que te lanzas completamente a uno de ellos. No suelo hablar de futuros proyectos hasta que no están bien atados, pero el proyecto es continuar viviendo como siempre: muy centrado en la escritura y  a partir de ahí todo lo demás es la vida, la que nos marca los caminos y las pautas.


El cuento de La Butaca y el cambio de mirada de Màrius