Es en blanco y negro. El protagonista de la imagen es un gato, un hermoso felino atigrado y un pelín gordote. En esa plácida posición gatuna con las patitas recogidas en la que a veces duermen, pero, en este caso, está despierto. Se encuentra en plan contemplativo delante de una ventana.
No parece tener ninguna preocupación. Ni se está arrepintiendo por no haber conseguido cazar a un ratón, ni resentido con otro gato que lo arañó, ni tampoco planifica por dónde paseará mañana. Simplemente, reposa en el presente.
¡Qué envidia me da! Por eso lo tengo ahí, para que me trasmita esa sensación. Y, al menos, los momentos que lo miro, lo consigue.
¿Cómo diablos los humanos nos hemos liado tanto para no poder gozar de esta sencilla tranquilidad?
Los físicos teóricos hablan de la existencia de muchas dimensiones, creo que ya van por la once. Como psicóloga, no tengo ni idea, pero yo dos, las veo muy claras: la real y la mental. Me refiero a que la realidad va por unos derroteros y nuestros pensamientos en paralelo por otros muy distintos.
Dos planos. Está claro que el gato se encuentra en el real, y los sapiens nos pasamos la mayor parte del tiempo en el mental. Hay muchas investigaciones que lo demuestran, pero no me entretendré a citarlas, porque por poco que nos miremos lo podemos comprobar.
Si a nosotros nos colocaran frente esa ventana, seguro que se correría una cortina que nos impediría ver el paisaje, y no me refiero a una cortina de tela, sino a una psicológica estampada con pensamientos variopintos. Resulta divertido fijarnos en la importancia que le damos a las vistas al escoger la habitación de un hotel, si tenemos en cuenta que ¡No las vemos! Nuestros ojos pueden recorrer la panorámica e incluso exclamar ¡qué bonito! Pero las preocupaciones no tardan mucho en alojarse en la misma habitación. Es como si tuvieran celos del paisaje, quieren nuestra absoluta atención. Y no solemos defraudarlas.
Esta misma cortina mental determina si una planta en nuestra casa se limita a actuar de objeto decorativo o nos hace compañía. Si la descorremos, podemos notar su presencia silenciosa y si no, nos perdemos su cariño.
Lo más triste es que con nuestros seres queridos nos ocurre lo mismo.
Cuando sufrimos, ya sea por una enfermedad o por cualquier otro motivo, solemos sentirnos muy solos. Podemos incluso reconocer la preocupación de los demás y agradecer sus cuidados, pero eso no basta para notarnos realmente cerca de ellos. Y es que entre nosotros y ellos se interpone no una cortina mental, sino un grueso muro construido con ladrillos psicológicos («¿porque a mí?»; «no pueden entender lo que estoy pasando»; «algo debo estar haciendo mal»; «no podré soportarlo por mucho tiempo», …).
¿Cómo podemos dar o recibir amor con esta muralla de por medio?
Todos esos pensamientos se filtran en nuestras cabezas sin pedirnos permiso. Y se dedican a dar vueltas y más vueltas. Si nos detenemos un momento y nos fijamos en lo que hemos pensado hoy, podremos comprobar que no es muy distinto de lo que nuestra cabeza barruntó ayer. Siempre roemos las mismas ideas. Por eso, nos ponemos tan contentos cuando se cuela alguna nueva y creativa. Es como si de repente nos abrieran alguna puerta. Aire fresco.
¿Cómo podemos bajarnos de esta dimensión mental y en entrar en el precioso universo en el que se encuentra nuestro felino zen?
No soy muy amante de los tips, no creo en consejos sencillos que cambien la vida. Si funcionaran ya seríamos todos muy felices. De todas formas, voy a jugar a enumerar algunos.
- Léete algún libro de física cuántica, o mejor un artículo cortito divulgativo (con eso será suficiente) o bien lee a Sócrates y repite con él: «Sólo sé que no sé nada». Las dos opciones son igual de válidas. Se trata de que nos demos cuenta de nuestra ignorancia. Los humanos somos demasiado arrogantes. Ser soberbios nos hace pensar que sabemos por dónde han de ir las cosas, cómo se tienen que comportar nuestros hijos, padres, parejas, amigos, … y sobre todo nosotros. Y entonces cuando la realidad no se ajusta a estas bolas mentales, sufrimos lo indecible. Y lo que es peor, somos incapaces de perdonarnos o perdonar al otro.
- Juega a espantar moscas, primero con moscas reales y luego, cuando cojas el movimiento, haz lo mismo con tus pensamientos. A la que te venga uno que te fastidia, un auténtico moscardón, quítatelo de encima. Si has hecho los deberes y eres consciente de que no sabes nada, te resultará de lo más sencillo. Reconocerás que esa mosca solo es un insecto mental.
- En el caso de que no hayas hecho los deberes y la mosca te atrape a ti, mírala fijamente. Clava tus ojos en tu pensamiento como si te ordenaran que pintaras un cuadro abstracto que lo representara. Normalmente los pensamientos son pensados, se presentan y zas nos engullen, ahora se trata de que los observes y te des cuenta de que son puras construcciones de tu cerebro. Créeme, sabemos hacerlo. Cuando un amigo nos explica algún problema, a veces podemos ver claro cómo es solo algo que ha montado su psique, pues se trata de hacer lo mismo con nuestras propias preocupaciones.
- Cuando estés con alguien, descorre tu cortina mental, escúchalo sin meter tus juicios de por medio. Límitate a escúcharlo, no intentes cambiarlo, aconsejarlo, presta atención plena a sus palabras. Verás que no estás solo. Y la vida con el calor de los que nos acompañan es mucho más acogedora.
- Y por favor, no te tomes muy en serio estos tips. Y la vida, tampoco.
Por si te apetece, adentrarte en el mundo de la mente, aquí te dejo información de mis dos últimos libros:
Moix, J. (2022). La cueva del mono. Las siete piedras de la sabiduría. Barcelona: Plataforma.
Moix, J. (2018). Mi mente sin mí. Lo único que falta en tu vida eres tú. Madrid: Aguilar.
Jenny Moix
Dra. en Psicología y profesora Titular de la Universidad Autónoma de Barcelona
Este artículo forma parte de la Revista 28 de la Asociación de Cardiopatías Congénitas (AACIC) y de la Fundación CorAvant, dedicada a la importancia de vivir el presente.