Editorial

Francesc Miralles

«Lo primero que se necesita para vivir el presente es foco: atención plena en aquello que se esté haciendo»

Hablamos con Francesc Miralles, escritor catalán, licenciado en filología alemana y especializado en psicología y espiritualidad.

Las personas que tienen una patología en el corazón y sus familias están acostumbradas a vivir al día, porque mañana puede pasar que cambie el diagnóstico o algún hecho que no esperaban. Pero no siempre es tan sencillo estar presentes. ¿Cómo lo podemos hacer?

Para estar presentes quizás el primer consejo que podemos dar es renunciar al multitasking, a querer hacerlo todo a la vez, porque ni estamos allá ni estamos aquí. Y la situación típica es cuando quedas con un amigo para explicarle una cosa importante: tú estás hablando y ves que el otro va mirando los mensajes que le entran en su Whatsapp, Messenger, Instagram… Entonces ni está en un lugar ni está en el otro. Por lo tanto, lo primero que se necesita para vivir el presente es foco: atención plena en aquello que se esté haciendo.

En los monasterios, los monjes de zen ponen la atención plena incluso en las tareas más cotidianas: cuando están barriendo, aquello es lo más importante del mundo; cuando están limpiando las patatas, aquello es lo más importante del mundo; cuando meditan, solo meditan. Pues lo primero que se tiene que hacer para vivir el tiempo presente es hacer una sola cosa con todo tu amor, con todos tus sentidos. Esto para empezar.

Y después hay todo el tema de las proyecciones mentales: tendemos a juzgar el pasado y a predecir el futuro. Para evitar estos viajes que hace la mente hacia el pasado y hacia el futuro, lo mejor que se puede hacer es, por ejemplo, abolir el tiempo futuro si sabemos que es incierto, y más aún a partir de la pandemia, de la guerra… O sea: no hablar de futuro, sino preocuparnos de lo que podemos hacer en el día de hoy. Y no pensar qué pasará en tres meses, en seis… Porque, además, la experiencia demuestra que tampoco lo acostumbramos a acertar. Un 80% de las predicciones que hacemos no pasan, sino que pasan otras cosas. Y del pasado, pues, lo tenemos que entender que es como un territorio muerto, en el sentido que en cada momento de nuestra vida hicimos lo mejor que pudimos con el conocimiento que teníamos. Quizás ahora lo habríamos hecho diferente, pero tenemos que mirar el pasado como quien mira un libro de historia, para aprender.

Me ha gustado mucho esto que dices de mirar el pasado como un aprendizaje y que quizás ahora lo haríamos diferente, pero en aquel momento no teníamos el mismo conocimiento.

Tenemos que partir de la base que en cada momento de la existencia, la gente hace lo mejor que sabe según su nivel de evolución espiritual. Tenemos que entender que somos imperfectos y estamos en formación. Somos una materia viva que está evolucionando siempre y que en cada momento hemos hecho lo mejor que sabíamos. El pasado es por no repetir errores, no merece la pena volverlo a visitar, no haremos nada. Y el futuro como que no lo podemos predecir, tampoco tenemos que gastar demasiado tiempo, a no ser que sea, no sé…, veinte minutos para reservar un avión que cogerás de aquí unos meses. Por este tipo de futuro, sí.

Una manera de practicar esta atención llena es el mindfulness o la meditación.

Sí, hay muchas maneras. El mindfulness, el nombre anglosajón laico que engloba la meditación de toda la vida, quizás es la más conocida. Pero, por ejemplo, yo considero también meditación estar leyendo un libro con el móvil apagado y con todos tus sentidos puestos en esto. Si tú eres capaz de estar 100% en lo que lees, sin mirar hacia otra cosa, ni permitir que la mente se te vaya hacia otros asuntos, también es meditación. O la meditación en movimiento: cuando sales a pasear por el bosque y solo prestas atención al peso de tu cuerpo, a la sensación de gravedad, a cómo se mueven tus pies… esto es meditación también. O sea: meditación es todo aquello que puedes hacer de manera absoluta y teniendo plena conciencia de lo que está pasando.

¿Por ejemplo, mirar por la ventana y ver pasar la gente sería un tipo de meditación?

En lenguaje cristiano diríamos contemplación. Mirar por la ventana sin juzgar, porque la meditación consiste en no juzgar. Si tú estás mirando por la ventana y empiezas a hacer hipótesis sobre quien es uno, quién es el otro, si son pareja, si no lo son… ya no es meditación. Meditación seria dedicarse solo a mirar, sin juzgar, y ver lo que pasa, como te sientes tú ante esto que ves. Esto lo puedes hacer mirando la gente, mirando las nubes, mirando el techo de tu casa…

Este tipo de meditación más activa es diferente de la meditación que siempre nos viene a la cabeza de poner la atención en nuestra respiración.

Una respiración es un ejercicio que está bien en aquellos momentos en los que te encuentras muy agobiada o con el corazón muy acelerado. Una respiración lenta que empieza en el vientre, llena los pulmones y levanta las clavículas, si la haces diez o doce veces, baja tus constantes vitales y te sientes más relajada. Pero puedes llegar al mismo estado de bienestar haciendo una actividad en plenitud. También puede ser un deporte, por ejemplo, nadando a un ritmo que sea agradable para ti, que tampoco te suponga un sobreesfuerzo; andando, corriendo… cualquier tipo de deporte que a ti te permita concentrarte y que fluyas. Lo que da sentido a la meditación es el flow.

La meditación podríamos considerarla como sanadora y también como un tiempo que te dedicas a pensar en tú o a evadirte.

La meditación, en teoría, seria no pensar, pero no pensar es imposible. Pero al menos es no pensar de forma consciente. Si tú estás meditando o mirando por la ventana y estás pensando en las facturas del mes, ya no estás meditando. Meditar es observar la mente y si te viene una idea en la cabeza, la etiquetas como pensamiento y la dejas pasar. La meditación es ser consciente de cómo te sientes, ser consciente de tu cuerpo, de lo que te dice, de lo que pasa por tu cabeza de manera random, pero no intervenir, no juzgar, ni rechazar, ni coger, sino permitir que todo pase.

¿Y recomiendas, por ejemplo, si te viene algún pensamiento apuntarlo?

No, no se tiene que apuntar. Tú solo lo visualizas y le pones una etiqueta que dice pensamiento y lo dejas pasar, y no te juzgas. Dicen que tenemos 60.000 pensamientos al día y no son válidos ni son equivocados, son solo pensamientos. Pues, tanto si es un pensamiento agradable como si no lo es, lo que tenemos que hacer es no juzgarlo ni como bueno ni como malo, sino darnos cuenta que hemos tenido este pensamiento y dejarlo pasar.

Me ha gustado mucho una frase que leí en una entrevista que te hicieron: «Cambia el pozo por el túnel, porque al final hay luz y esperanza».

Esto me lo dijo Marian Rojas. Cuando tú piensas que estás en un pozo, no hay escapatoria, te parece que estarás en la oscuridad por siempre jamás; pero cuando piensas que es un túnel y al final hay luz, entonces añades una temporalidad y sabes que por muy mal que lo estés pasando, esto durará unos días, semanas, meses, o lo que sea, y que después vendrá otra cosa. Y esto lo que te da es una visión más dinámica, más neutral de lo que es la realidad. Es como una montaña rusa donde hay momentos de éxtasis, de caída, de punto intermedio. Es muy cierto esto del túnel, porque el mismo Winston Churchill en medio de la guerra decía: «Si sientes que estás en medio del infierno, sigue andando, porque en algún momento saldrás.»

Me gustaría hablar también de tu famoso libro Ikigai traducido a más de 65 idiomas. En el libro hablas que todos tenemos un propósito o más de un propósito vital a lo largo de la vida que puede ir cambiando.

Hay gente que se ha dedicado veinte años a la enseñanza y llega un momento que esto queda agotado, que le ha dado todo lo que le tenía que dar y, de repente, quieren hacer otra cosa y se quieren
dedicar, por ejemplo, a escribir un libro, a dar cursos a maestros, a hacer un trabajo más individual…

El propósito vital es el motivo por el cual te levantas por la mañana con ilusión. Hay quién desde muy pequeño ya sabe su ‘ikigai’, esto pasa, por ejemplo, a familias de médicos donde a veces los hijos han crecido con un padre y una madre que son médicos y la pasión les viene dada desde pequeños y la continúan. Pero lo más normal es no saber qué quieres hacer hasta llegada la treintena. Al final, si no sabes cuál es tu propósito lo que tienes que hacer es buscarlo: cuando tú estás intentando saber qué quieres hacer con tu vida, esta busca ya es un ‘ikigai’, porque esto te motiva cada día a moverte.

En el libro también hablas que cuando a algo le pones nombre, es cuando empieza a existir. Me gustó mucho porque pensé que cuando a las familias les dicen qué es lo que tiene su criatura ya tienen un punto de partida, un hilo para tirar. Y me hizo gracia el paralelismo. También dices que no es bueno dejarse arrastrar por el peso del pasado y que la actitud, quizás, es casi lo único que podemos decidir.

Sí, esto es lo que dice Viktor Frankl, que a veces las circunstancias te vienen dadas, como una pandemia o una enfermedad, que tú no esperas que llegue, o que tu pareja se va, o que se muere tu padre… Estas circunstancias muchas veces no las has elegido, pero tú eliges qué haces con todo esto, como enfocas tu vida, qué aprendizaje sacas y que harás a partir de ahora. Esto es lo  que depende de ti.

Volviendo a lo que decíamos al principio de vivir con atención plena, con lo que decíamos de las distracciones, crees que nosotros podemos decir a la otra persona que nos haga caso?

Sí, de manera cariñosa. Una vez fui a un plató de televisión con Andrés Martín Asuero, doctor en psicología que llevó el mindfulness en Hispanoamérica y alumno directo de Jon Kabat-Zinn. Yo hice una cosa que hago normalmente que es que pongo el teléfono encima de la mesa, pero al revés, es decir, que se vea la funda, así no veo qué hay detrás. E, incluso, él me criticó esto. Me dijo: «Francesc, sabes que las personas importantes nunca dejan el teléfono encima de la mesa?». Y después me lo explicó: «Si tú dejas el teléfono encima de la mesa es porque tienes esto que los americanos dicen FOMO (Fear Of Missing Out), tienes miedo que el teléfono vibre, que haya una oportunidad para ti que si no la ves ahora, después se la den a otro. Pero la gente realmente importante pueden cerrar el teléfono y guardarlo en la bolsa, porque saben perfectamente que si no te encuentran ahora, te encontrarán en dos horas o seis. Por lo tanto, ¿tú te sientes importante o no importante? Si crees que tienes suficiente valor, entonces no puedes tener el teléfono encima de la mesa.» Esta es una manera cariñosa de contarlo.

Pues quizás más de una persona la usará a partir de ahora.

La gente importante no deja el teléfono encima de la mesa.

Háblanos un poco de tu último libro que lleva por nombre el saludo indio: Namasté.

Namasté significa muchas cosas. Se usa para decir hola, para decir adiós, para honrar… y una de las traducciones que se hace es «saludo la divinidad que hay en ti». Pero entendiendo que yo también soy importante, que tú y yo somos uno. Es una expresión muy bonita de unión, donde yo te reconozco a ti y me reconozco a mí en ti, y los dos estamos dentro de todo esto, y somos una unidad, un todo. Las raíces de la expresión Namasté están muy adentro de las espiritualidades indias. La no dualidad: no sentir que tú estás aquí y yo estoy allá, que tú tienes unos deseos y yo otros, sino entender que en esencia todo el mundo siente lo mismo y necesita lo mismo.

¿Y qué podemos encontrar en este libro?

Es como un curso de espiritualidad india donde se cuenta de manera muy sencilla los conceptos clásicos: el aferramiento, el karma, el peregrinaje exterior e interior, el deseo, la salud del cuerpo, de la mente y del espíritu… E incluso hay un capítulo dedicado a business, porque ahora los nuevos líderes mundiales son indios. Primero empezaron a Silicon Valley, llegó un CEO que salvó Microsoft, y después las 7-8 grandes compañías todas tienen un director indio. Ahora, en la Gran Bretaña quien lleva el país es un indio también. Esto significa algo. Y hay un capítulo dedicado a como estos líderes afrontan el mundo de la empresa y los problemas, y son miradas muy diferentes de las nuestras.

Y si son quienes gobiernan, quizás desde aquí estaría bien dar un vistazo a ver cómo son.

Cómo dice el poema de Kavafis: «Aprender de los que saben».

Como siempre se ha hecho en la vida: si a estos les va bien, miramos qué hacen. Y ya por no robarte más tiempo, me gustaría mencionar una frase del libro Ikigai: «La próxima vez que te sientas triste, incapaz o demasiado permeable a los males del mundo, rescata un momento feliz de tu vida».

Todos tenemos una despensa de lugares donde fuimos muy felices, amistades que solo pensar en ellas ya sonríes porque te gusta estar con ellas, algún maestro que tuviste, un libro que te gusta mucho y que recuerdes… todo esto son píldoras que cuando todo te parece que se te hace cuesta arriba, que te parece difícil, y que estás cansado, te pueden recordar que la vida tiene muchos más momentos bonitos que dolorosos.

Creo que esta es una práctica que tendríamos que hacer más a menudo, porque siempre recordamos más las cosas malas que nos han pasado.

Esto está estudiado por la psicología. En castellano se llama sesgo cognitivo. Las cosas negativas ayudan a la supervivencia, por eso quedan grabadas. Desde que éramos cazadores recolectores, cuando alguien comía una baya y moría, esto quedaba grabado a toda la tribu, porque recordar este hecho negativo hacía que salvaras tu vida. Y esto lo hemos ido llevando hacia nuestros tiempos, y se aplica también a las noticias: nos interesa solo aquello negativo, porque parece que si sabemos todo esto que pasa se puede salvar el mundo.

Quizás una manera de recordar las cosas buenas es practicando la gratitud.

Recuerdo una vez que entrevisté a Jostein Gaarder, el autor de El mundo de Sofia. Al final de la entrevista le pregunté si era optimista o pesimista, y me dijo: «Francesc, te diré un secreto, yo soy optimista porque he descubierto que los pesimistas son unos vagos. Cuando tú piensas que todo irá mal, que el mundo está jodido y que no se puede hacer nada, te quedas sentado. En cambio, si tienes un mínimo de optimismo, pues te activas y dices mira puedo hacer esto y pones tu granito de arena.»

Me ha gustado esta, también. Los pesimistas piensan que como que no pueden hacer nada, es mejor no moverse.

Justifican que el mundo está muy mal por no hacer nada y, de hecho, el mundo está mal por culpa de los pesimistas. Si hubieran más optimistas se ganarían más cosas, y habría más amor y menos conflictos.

Los pesimistas tendrán que buscar su ‘ikigai’.

 

Esta conversación forma parte de la Revista 28 de la Asociación de Cardiopatías Congénitas (AACIC) y de la Fundación CorAvant, dedicada a la importancia de vivir el presente.

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